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FúTBOL

3 de septiembre de 2024

El doloroso presente del Mono Irusta, emblemático arquero de San Lorenzo.

El ex futbolista, multicampeón con el Ciclón, donde también se desempeñó como entrenador de guardametas y en las Inferiores, padece un cuadro de demencia senil.

Soñaba con ser arquero y jugar al fútbol en Primera División. No sólo lo consiguió, sino que Agustín Enrique Irusta se convirtió en una leyenda de San Lorenzo de Almagro. Respetado por sus rivales, amado por los hinchas, querido por sus compañeros, todavía sigue siendo el guardameta que más partidos lució el buzo azulgrana, con 267 presentaciones entre 1963 y 1976.

 

Hoy, el hombre de 82 años atraviesa el momento más delicado de su vida, ya que se encuentra internado en el Centro Neuropsiquiátrico Ducont en Villa Sarmiento, a tres cuadras de la estación de tren de Ramos Mejía, dado que padece un cuadro de demencia senil. “La enfermedad está avanzando, pero se encuentra bien. Voy a visitarlo todos los días. También van sus hermanos y sus amigos. Él está mejor, y lo están cuidando”, revela su hijo Fabio en diálogo con Infobae.

En cada visita, Fabio Irusta es el encargado de que a su padre no le falte nada. Le lleva ropa, artículos de limpieza y le proviene sus alimentos preferidos: galletitas, gaseosas y algún postre, aunque en la clínica lo alimentan muy bien. Además, cada vez que puede lo lleva a comer afuera. “No se olvidó de su paso por San Lorenzo. Recuerda algunas cosas y a veces me dice que le gustaría ir a la cancha. Pero hablé con los médicos, y me dijeron que no es conveniente para evitar viajes largos”, remarca su único heredero, quien además agrega: “Vos podés hablar con él porque se encuentra bien. Pero no te va a preguntar nada porque vive en su mundo”.

El Mono Irusta dejó de trabajar en San Lorenzo en diciembre de 2022. Fabio se encargó como taxista durante mucho tiempo de llevarlo a Bajo Flores los días laborales y regresarlo nuevamente a su casa. Agustín era empleado de Ciudad Deportiva, donde solía caminar rodeado de chicos, ya que llevaba a cabo su tarea pedagógica con los juveniles que iban desde la categoría 2009 a la 2014. Desde 1982, ocupó el cargo como entrenador de arqueros hasta hace dos años que le detectaron el síndrome, aunque desde el club lo siguen ayudando económicamente con un dinero mensual.

El Mono Irusta nació el 19 de julio de 1942 en Noetinger, un pequeño pueblo cerca de Villa María, Córdoba. Fue parte de una de las épocas más gloriosas azulgranas, con equipos vistosos y ofensivos. Integró el mágico conjunto del 68, se coronó en el bicampeonato del 72 (Metropolitano y Nacional) y fue parte del ciclo que se cerró con el Nacional 74. En su época como portero, no era bien visto que saliera con pelota dominada desde el fondo. Por este motivo, su principal virtud fue arrojar pelotazos de manera elegante, pegándole al balón con el empeine, algo que aprendió de su máximo referente, Amadeo Carrizo. “Yo le pegaba de costado, le daba dirección y la pelota bajaba limpita. Además, se las daba al ras del piso. Me salía bien, tuve esa virtud”, detalló en una entrevista a La Nación en el 2020.

Apenas arribó a Buenos Aires, Irusta se ganó la vida fuera del fútbol. Fue albañil, cerrajero, electricista y hasta pintaba las butacas del Viejo Gasómetro, ubicado anteriormente en Avenida La Plata e Inclán. Además, barrió y pintó las instalaciones del club como un trabajo extra. Por todo esto, cobró un dinero mínimo que le permitió mantenerse en la gran ciudad. A los 18, hizo el servicio militar al mismo tiempo que asistía a los entrenamientos con el permiso de un superior del lugar donde hizo la colimba.

En julio de 1963, el cordobés debutó en Primera en la derrota 2-3 contra Atlanta. En el arco de enfrente estaba Hugo Orlando Gatti. Luego de aquella presentación complicada, le tocó jugar el primer clásico contra Huracán, de local y con victoria por 3-1. En ese encuentro, atajó su primer penal (siete en total en su carrera) a los cuatro minutos de juego, tras la ejecución de Carlos Arredondo. A partir de ese momento, Irusta solía lucir una camiseta oscura, al estilo Lev Yashin, y empezó a ganarse el corazón del hincha azulgrana, siendo una revelación en un equipo con sangre joven, que levantó el nivel ganándole a Racing en Avellaneda, tras 21 años, y posteriormente por 3 a 0 de visitante a Boca en La Bombonera.

Años más tarde, volvió a Boedo para trabajar como entrenador de arqueros en las Divisiones Inferiores. También lo hizo en la máxima categoría, por ejemplo, en tiempos de Alfio Coco Basile, Ramón Díaz y Héctor el Bambino Veira como directores técnicos. En su labor en la cantera, formó a niños de 13 años que pasaron por sus manos y se consagraron campeones como Sebastián Saja y Agustín Orión. Otros emblemas del club a los quen siguió de cerca fueron Sebastián Torrico, Pablo Migliore y Oscar Passet. José Ramírez, Nereo Champagne y José Devecchi fue un trío al que ayudó a crecer antes de llegar a Primera. Todos ellos remarcan su sabiduría, experiencia y sus grandes conocimientos técnicos, como también sus inmensas cualidades humanas.

Cuando fue entrenador de arqueros, el maestro Irusta, como también lo llamaban por los pasillos del Gasómetro, contó las enseñanzas que les dejó a los chicos que daban sus primeros pasos bajo los tres caños: “Los aconsejo, les digo cómo tienen que pararse abajo de los tres palos, cómo deben pegarle a la pelota, todo eso es clave en nuestra posición. Y, además, cómo salir jugando. Es muy importante: pelota al piso, pelota larga, de volea, arriba, abajo. Y desde ya que trabajen mucho con los brazos, al sacar, al descolgar. Otro punto fundamental es la seguridad. Un aspecto que, lógicamente, se va adquiriendo con el correr de los años. Son pibes, y hoy tienen que divertirse”, decía hace unos cuatro años.

 



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