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FúTBOL

20 de agosto de 2024

Las locuras de la Gorda Matosas y la Raulito, las mujeres que llegaron a los paravalanchas de River y Boca

Haydee Luján Martínez y María Esher Duffau tuvieron orígenes similares y trascendieron por sus apodos y por la pasión por sus equipos

>En un mundo futbolero que era eminentemente masculino, ellas fueron la excepción. Y no sólo por el fanatismo que las llevaba a recorrer todas las canchas del país siguiendo a sus equipos, sino porque hasta tenían un lugar de privilegio entre los barras que les guardaban un espacio y las protegían, casi como tesoros envidiables para el resto de las hinchadas. Hubo una época en que dos mujeres fueron, para el imaginario popular, más famosas que cualquier hombre de paravalancha. Hubo una época dominada por ellas, por La Raulito y La Gorda Matosas, una de Boca, otra de River, ambas de todos.

 

Sus vidas se bifurcan en un sentido. La Raulito hizo de la calle su hogar y también un lugar para pequeñas actividades delictivas, lo que terminó por confinarla durante la adolescencia a reformatorios juveniles. Matosas tuvo su paso por orfanatos de donde se escapaba los domingos para ir a ver a River. ¿Cómo nació el amor por los colores y el encono con el clásico rival? La Raulito se hizo de Boca porque vio en ese club de raigambre popular una historia similar a la suya, de arrabales y conventillos. Matosas porque la banda roja cruzada sobre la camiseta blanca le hacía recordar a las fotos con esos colores que conservaba de su padre de adolescente en Madrid. Una, La Raulito, se mantuvo económicamente como lustrabotas. La otra, Matosas, como vendedora callejera de billetes de lotería. Hasta en eso se parecían.

¿Cómo surgieron ambos apodos? En el caso de María Esther Duffau por su aspecto de varón se hacía llamar Raúl y de ahí devino en Raulito. En el de Haydee Luján Martínez por un suceso histórico. River jugaba el 10/5/64 contra Atlanta en Villa Crespo. Perdía dos a cero por goles del inolvidable Carlos Griguol y Julio Nun, este último de penal. Y cuando faltaban cinco minutos para terminar el partido y la derrota ya era inevitable, la hinchada empezó a alentar como si el equipo fuera a salir esa tarde campeón del mundo. Y en el centro de la popular, en el paravalancha, estaba parada Haydee. Era una imagen única en todo el planeta y cuando terminó el partido y el equipo fue a agradecer el apoyo, el uruguayo Roberto Matosas fue hasta el alambrado y le hizo llegar su camiseta número seis como símbolo del aguante. Y desde ahí, dejó de ser Haydee para convertirse, por siempre, en La Gorda Matosas.

Ambas pasaron a ser las preferidas de los jugadores y amparadas en esa situación seguían haciendo locuras. Como cuando La Raulito decidió ingresar a La Bombonera en pleno segundo tiempo de Boca-Estudiantes por el Metropolitano 1980. El Xeneize ganaba dos a cero cuando ella se metió en el campo, agarró la pelota y mientras el partido se paraba corrió hacia el arco visitante y metió su gol y lo fue a gritar de cara a la tribuna local, provocando que el estadio coreara su nombre y que la Policía se la llevara detenida. Matosas por su parte quedó inmortalizada en Japón, en la final de la Intercontinental que River le gano a Steaua Bucarest en 1986, cuando a los 60 años viajó disfrazada de Gallina. Y cada vez que daba una nota jamás nombraba a su odiado rival al límite de hablar de pocadillo de acelga en vez de bocadillo o cruzar la jotacalle en vez de bocacalle. Igual nada se compara a lo que hizo cuando la esperaba el altar. Estaba de novia con un maestro mayor de obras y habían puesto fecha de casamiento. Todo iba bien hasta que Haydee le mostró el vestido que iba a usar: blanco con una franja roja cruzando el pecho. El novio, que era también de River, se negó y entonces, a un mes del compromiso, ella lo plantó. Cuando la prensa le preguntó por el episodio, su respuesta fue contundente: “River es mi padre, mi esposo, mi hijo y mi amante”. Y nunca más se enamoró de otra cosa que no fuera River Plate.

Pero además de ser íconos de sus clubes, tenían una rivalidad intensa. A punto tal que cuando en la década del 90 fueron invitadas al programa de Susana Giménez, pusieron como condición no sentarse juntas y al final cuando la conductora les pidió que se fundieran en un abrazo para sellar la paz, ninguna aceptó diciendo que jamás cometerían esa traición de abrazarse con alguien que tuviera puesta una camiseta con los colores del rival. En tiempos de barras con creciente violencia, ambas terminaron en la platea. La baja central para La Raulito, la San Martín para Matosas. Y fueron fieles a su pasión hasta el final. Haydee Luján Martínez desoyó las recomendaciones de su médico y aún con una enfermedad que le estaba tomando los pulmones, cruzó la cordillera el 5/6/96 para ver a su River contra Universidad de Chile en la semifinal de la Copa Libertadores de ese año. Fue una decisión letal: al regreso debió ser internada y ya no saldría del hospital. Un mes después, el 4 de julio del 96, fallecería. Sí, ocho días después de que River conquistara su segunda Libertadores. Su entierro fue con una bandera del Millonario sobre el cajón.

Algo similar pasó con María Esther Duffau. Postrada en una silla de ruedas, los domingos la llevaban desde el geriátrico Rawson hasta La Bombonera, para que pudiera ver en vivo al equipo de sus amores. Hasta que su vida se apagó un 30 de abril de 2008, el mismo día que Boca recibía a Cruzeiro por la ida de los octavos de final de la Copa Libertadores. Tenía 74 años y sus restos fueron velados en el hall central de la Bombonera y el equipo salió a la cancha con un brazalete negro y se hizo un conmovedor minuto de silencio en su honor. Ese día Boca le regaló una victoria por dos a uno a su hincha más famosa. Como River 12 años antes a su par, la Gorda Matosas. Ambas íconos de la pasión, ambas las mujeres que dominaron la tribuna cuando el fútbol, decía la mayoría, era sólo cosa de hombres.

 



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