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19 de noviembre de 2024

¿Hay una brecha electoral de género?: los partidos de derecha parecen atraer más a los varones jóvenes que a las mujeres

El fenómeno fue evidente en las últimas presidenciales de los Estados Unidos, pero la misma tendencia se verifica en varios países europeos -España entre ellos- y en la Argentina. En la franja de 18 a 29 años, ellas se inclinan más por las fuerzas de izquierda mientras que ellos se muestran más conservadores

>“En Estados Unidos, como en casi todas las democracias industrializadas, las mujeres solían ser más conservadoras que los hombres; en los años 70, empezaron a desplazarse hacia la izquierda, luego cerraron la brecha partidista en los 80 y, durante los 90, se volvieron firmemente más liberales (progresistas) que los hombres”. La reflexión es de Jia Tolentino, redactora en la revista The New Yorker. La contracara de este fenómeno es un mayor vuelco de los jóvenes votantes hacia las fuerzas de derecha, rasgo que no sólo se observa en EEUU sino en varios países de Europa y también en la Argentina, de la mano del ascenso fulgurante del actual presidente, Javier Milei, como referente de la derecha.

Los demócratas apostaron fuerte al enojo de las mujeres por la anulación por la Suprema Corte del fallo Roe vs Wade que había habilitado el aborto legal. Sin embargo, aunque esa brecha de género existe, no alcanzó para impulsar a Kamala Harris. Hasta se podría especular con que contribuyó a su derrota, si uno de los factores de esa polarización de género es la radicalización del feminismo y su identificación demasiado partidaria.

También Donald Trump tuvo en mente a los hombres jóvenes en su campaña, al optar por TikTok y podcasts, asistir a las peleas de UFC y exaltar esos espectáculos bien masculinos, entre otras cosas.

El wokismo -sinónimo de ultracorrección política- empieza a ser vivido por muchos como una epidemia que sólo los republicanos pueden frenar, decía la revista en ese informe. Según el artículo, esta tendencia fue potenciada por el #MeToo y Black Lives Matter, pero tras tocar su punto máximo en 2021 y 2022, “ha ido disminuyendo desde entonces”.

El wokismo es “un punto de vista” que “eleva la identidad de grupo por encima de la clase individual y (ve las desigualdades) como prueba de discriminación sistémica. Esa lógica se utiliza entonces para justificar (medidas) como la discriminación inversa y la vigilancia de la expresión”. El feminismo de tercera ola integra esta corriente.

Desde entonces, el mayor descenso “en el pensamiento woke se ha producido entre los jóvenes y las personas de izquierda”.

Segun Pew Research, “la proporción de personas que creen que alguien puede ser de un sexo diferente al de su nacimiento ha caído de forma constante desde 2017”. Al mismo tiempo, “la oposición a que los estudiantes trans jueguen en equipos deportivos” según su género elegido pasó del 53% en 2022 al 61% en 2024, según YouGov.

También en las empresas disminuye el compromiso con las políticas DEI. Entre los posibles motivos, The Economist menciona la “posibilidad” de que “estén tomando nota de la disminución del entusiasmo público” por estas políticas. Cabe recordar que varias empresas -como Disney o Budweiser- tuvieron problemas por campañas publicitarias demasiado woke.

Analizando una encuesta del American Survey Center que abarcó a 5000 personas, Daniel A. Cox y Kelsey Eyre Hammond decían, en septiembre pasado que, mientras “las mujeres siguen creyendo que hacen falta esfuerzos significativos para resolver desigualdades”, los hombres “no están tan seguros” de ello.

En la elección presidencial de 2024 la brecha de género se duplica entre los jóvenes respecto del total. La mayoría de los votantes de Kamala Harris creen que el país todavía no hace lo suficiente para ayudar a las niñas y a las mujeres jóvenes. Algo con lo que los votantes de Trump disienten categóricamente. Once por ciento de los hombres cree que las mujeres lo tienen más fácil que ellos en la sociedad estadounidense actual: y ese porcentaje se duplica, llegando al 22%, entre los varones jóvenes, de 18 a 29 años.

“Ellas son cada vez más de izquierdas y ellos más de derechas. La politización del feminismo y el aislamiento por géneros están detrás de este patrón”, escribió Marta Ley para El Confidencial cuando a comienzos de este año se publicaron los datos de la Encuesta Social Europea (ESS) y España aparecía entre los países donde más crece la brecha ideológica entre varones y mujeres jóvenes, de la franja de 18 a 29 años.

La ESS consultó a ciudadanos de 39 países europeos respecto de su posicionamiento en el arco ideológico según una escala en la que cero es la izquierda y 10 la derecha. Llamativamente Suiza y Noruega están entre los países donde la distancia de género ideológica más ha crecido. Más entendible, en Polonia, el buen desempeño electoral del partido Ley y Justicia, de extrema derecha y católico, ilustra esa polarización entre los jóvenes.

También Finlandia y Suecia exhiben brechas de género importantes. Y en España, donde la distancia ideológica entre varones y mujeres era mínima hasta 2017, no para de crecer desde entonces.

Aun así, con excepciones, a la mayoría de los analistas y comentaristas les cuesta poner al #MeToo, o como quiera que se haya llamado en cada país este movimiento radicalizado de mujeres, en el banquillo de los acusados. El motivo posible es que el feminismo ha adquirido categoría de paradigma, eso que el diccionario define como la teoría “cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para avanzar en el conocimiento”. Pues bien, en los últimos 10 años como mínimo, hay que jurar por el feminismo antes de decir cualquier cosa. A pesar de la inexistencia de patriarcados en las sociedades occidentales en general, y en las desarrolladas en particular, el feminismo ha definido los discursos y las políticas públicas de los últimos tiempos generando un sentimiento de injusticia entre quienes, no sólo no se ven beneficiados por estas protecciones y privilegios estatales -aun en tiempos de aguda crisis socioeconómica-, sino que además son señalados como culpables de supuestas desigualdades y privilegiados por su género.

Alice Evans, profesora titular del King’s College de Londres e investigadora en la Universidad de Standford sobre brechas de género, afirma que fue el #MeToo el que desencadenó el comienzo de esta divergencia entre los jóvenes, aunque sin considerarlo negativamente.

Luis Miller, sociólogo e investigador del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de España), considera que la brecha ideológica de género es una reacción “contra el progresismo global”, reacción que ha sido muy despreciada pero que para él “tiene un punto de realidad porque muchas de las políticas” aplicadas para “reducir la brecha de género en los salarios o la violencia contra las mujeres no están siendo muy efectivas”. “En lugar de reconocer que puede haber algún problema en el diseño de esas políticas -dice Miller- se ha culpabilizado a determinados perfiles, siempre hombres”.

“Nada hacía prever (en Francia) el surgimiento de un antagonismo entre los sexos”, escribió Algo análogo puede decirse de la Argentina, país en el que no existe ninguna ley patriarcal desde hace ya varias décadas y donde los mayores avances en materia de igualdad entre varones y mujeres fueron fruto de la cooperación entre sexos cuando no iniciativa de varones. La primera Ley de cupo femenino, en 1991, fue votada casi sin resistencias por un Congreso eminentemente masculino en el cual las mujeres no llegaban a la veintena en total, entre ambas cámaras.

El primer barómetro de “percepciones sobre la igualdad” del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), organismo oficial español, impactó por la gran cantidad de adhesiones que suscitó la frase: “Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. La consulta, de enero de 2024, mostró que esto es así para un 44% de los hombres y 32% de las mujeres.

Barbet admite que se ha abierto una ventana de Overton para la crítica al feminismo: “Ahora hay mucha gente que ve con buenos ojos decir cosas que hace 10 años no habrían dicho por miedo a ser desaprobados”.

“Mis compañeros de colegio estudiaban y se relacionaban juntos, todos en la misma cámara de eco, sin división de sexos”, recuerda.

La brecha de género, dice Evans, podría suprimirse mediante “la producción cultural compartida, así como las amistades fuera de línea, la socialización mixta de los sexos”. Es decir, el contacto personal, lo contrario del apartheid sexual.

El carácter belicoso del feminismo actual, especialmente a partir del MeToo que no sólo lleva a políticas públicas -como la discriminación positiva mediante cupos laborales o políticos, por ejemplo- sino que ha derivado en un sesgo de género judicial -”yo te creo hermana”- que ha hecho estragos en tribunales -y los sigue haciendo- debería figurar al tope de los factores detrás de la brecha ideológica de género. Este fenómeno que hace que según John Burn-Murdoch, cada vez más mujeres jóvenes se identifiquen como “progresistas”, mientras que los hombres jóvenes se vuelven más conservadores.

En el caso de la Argentina, casi todos los encuestadores y analistas coincidieron en señalar el alto componente juvenil masculino entre los adherentes de Javier Milei desde el comienzo de su aparición como referente político disruptivo.

Más allá del atractivo de la libertad y de la expectativa de un reordenamiento económico, otro tópico del discurso de Milei fue la “batalla cultural”. A este término “los militantes y adherentes otorgan diversos significados”, dice Fidanza. “El más difundido refiere al campo económico, pero se extiende a otras esferas, como las políticas de género, la educación sexual y la reinterpretación de lo ocurrido en la década del 70″.

Fidanza cita un estudio empírico de los asistentes a una clase pública de Milei en Mendoza en 2021 (Stacchiola y Seca, 2023) que da como resultado que “el promedio de edad de los asistentes era de 22 años, casi la mitad tenían entre 14 y 21 años, y predominaban netamente los varones, que constituían tres cuartas partes de los asistentes”. A la vez, se trataba de un público sociolaboral y educativamente heterogéneo. Es decir que la edad y el género eran los factores comunes y no la extracción social ni la ocupación ni el nivel educativo.

Aunque constatada, esta brecha de género electoral y los factores que la determinan han sido poco estudiados en la Argentina hasta ahora.

Los impactos de movimientos como #MeToo o #NiUnaMenos “han sido poco explorados aún por la academia en nuestro país”, dice Zuban. Uno de los motivos es que se trata de un fenómeno relativamente nuevo, como se señaló en el caso de los Estados Unidos y Europa, donde las encuestas muestran que la brecha de género ideológica ha venido creciendo en los últimos 20 años.

Por otra parte, “en los rangos etarios de entre 16 a 30 años, los votantes masculinos de Milei superan a las votantes femeninas por 7%, mientras que entre los/las votantes de entre 31 y 45 años esa brecha es de 12,8%”. Lo contrario sucedía con los votantes de Sergio Massa, que recogía más adhesiones entre las mujeres en particular en el rango de entre 31 y 45 años con una brecha de 15 por ciento.

En el trabajo “El votante moderado de Milei: entre la esperanza y el sacrificio”, Esther Solano, Pablo Romá y Thais Pavez, señalan que con la irrupción de Trump surgió un guion global que “ha definido como enemigo central al ‘marxismo cultural’ diseminado en los centros de enseñanza públicos, al feminismo que defiende el aborto, a la ‘ideología de género’, la homosexualidad y la transexualidad, que acusan de ser impuestas por la izquierda en los colegios”.

Entre las personas entrevistadas para el trabajo, surge el desagrado por la imposición de “estándares de comportamiento”, por parte de los responsables de la crisis económica. Describen “un fuerte sentimiento antipolítico por el cual los ideales del feminismo fueron ‘desvirtuados’, transformándose en el ‘curro feminista’ o derivando a lugares de agresividad contra los hombres, desencadenando consecuencias con las cuales no coinciden”.

El feminismo se aproximó demasiado a lo partidario y muchas de sus representantes se han sumado a la “casta” y “estarían más preocupadas por autoperpetuarse en una situación de privilegio que por representar los intereses legítimos de las mujeres”.

Para la citada Jia Tolentino, “la explicación más sencilla es la más plausible: las mujeres, al adquirir educación y poder en el lugar de trabajo e independencia económica, se acercaron a un partido que valoraba la igualdad y se alejaron de un partido que valoraba la jerarquía. Con el control de la natalidad, con el aborto seguro y legal, las mujeres ganaron control sobre sus vidas”.

Trump llegó a la presidencia en 2017 prometiendo, dice Tolentino, “volver a poner a los hombres, a los blancos, a los hombres blancos, en la cima”. Es la clásica lectura de la izquierda, que agiganta al extremo tanto los logros del último feminismo como la “amenaza” derechista.

Ambas caricaturas han sido incentivadas por la radicalización del discurso feminista y por el copamiento del feminismo mainstream por el transgenerismo,.

Para Tolentino, el feminismo no es una amenaza para nadie, mientras que la reacción en contra sí lo es. Si de agitar fantasmas se trata, no se queda corta, aunque lo expresa de modo irónico, resulta contundente: “En el mundo imaginario gobernado por lesbianas socialistas furiosas, no hay absolutamente nada que te impida ser un ama de casa descalza y embarazada a los 24 años si quieres serlo. En el mundo cada vez menos hipotético gobernado por trumpistas de extrema derecha, la dichosa servidumbre de las mujeres debe asegurarse eliminando el control sobre sus cuerpos, e idealmente, en realidad, eliminándolas por completo de la esfera pública”.

Gutierrez Rubí por su parte apuntaba a que “el paradójico aumento de la soledad juvenil en nuestras sociedades hiperconectadas puede acelerar el proceso de aislamiento y de burbujas autorreferenciales que pueden atrapar a nuestros jóvenes impidiendo socializaciones saludables y porosas”.

El fenómeno que describe es ciertamente alarmante, pero nuevamente la carga de la culpa está de un solo lado: en varones que temen el avance femenino.

En otro artículo de El Confidencial, Lourdes Barragán y Héctor García Barnés analizan un sondeo del CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, citan también a Bartet que se pregunta cómo hacer para que “la división por género entre los jóvenes se reduzca o vuelva a valores más normales”. “Si se forman familias heterosexuales, según la experta, debería haber cierto espacio para reconducir esa brecha, ‘pero vamos a ver si se forman’, advierte”.

También Alice Evans ve este peligro: “No abordar esta carencia supone un obstáculo para el amor heterosexual, las amistades y la formación de familias”.



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